CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– Aunque no tiene la fuerza, la garra de Almodóvar (Dolor y gloria, 2019), o la ensoñación erótica de Amarcord (1973) de Fellini, directores que revolucionaron el género autobiográfico, Fue la mano de Dios (È stata la mano di Dio; Italia, 2021) cautiva porque coloca el estilo grandioso que caracteriza a Paolo Sorrentino (La gran belleza, 2013) al servicio de la memoria afectiva, y descubre un hilo, el de la mano de Dios, que parece conducir el destino, siempre con ironía y distancia.
En vez de Roma, Nápoles, su ciudad natal, es el escenario fastuoso de recuerdos felices y dolorosos, sobre todo el de la revelación de un destino como director de cine.
La secuencia inicial devela la bahía de Nápoles, mar y ciudad, con una toma de helicóptero, sello del cine italiano de otra época, que establece el lugar de la acción; para Sorrentino es el tiempo y espacio del mito de la infancia que siempre habría querido recuperar, edén perdido que sólo el cine le permite evocar. Y en la época de lo políticamente correcto se atreve a erotizar el cuerpo femenino, a mezclar travesura y drama marital.
Fabietto (Filippo Scotti) se debate con hormonas e inseguridades propias de la adolescencia en el seno de una familia: normal en tanto que padres de clase media, excéntrica cuando se sabe que el padre se asume comunista pero trabaja en la Banca di Napoli; y la madre, ama de casa, hace malabares y bromas pesadas; mientras los parientes, desempolvados del álbum genealógico, son toda una colección de personajes extravagantes, conflictivos, algunos cargados de complejos, como el tío celoso y golpeador, la tía medio mística, una hermana que no sale del baño de tanto arreglarse y otro hermano que sueña con ser actor y acude a los castings de Fellini.
Porque Fellini es uno de los ídolos de Sorrentino, y por momentos parece dirigir su mano en escenas como esos encuentros milagrosos con San Gennaro, santo patrón de Nápoles, o con un munaciello, espíritu o demonio cuyo encuentro ominoso anuncia males o fortunas; la otra deidad es Diego Maradona, quien a mediados de los ochenta, mientras Fabietto- Sorrentino crecía, llegaba a Nápoles como estrella argentina para formar parte de equipo de futbol, y de quien vendría la frase del título de la película. De Fellini, Paolo Sorrentino hereda el gusto por lo hiperbólico, la ambición de captar en imágenes la belleza desmesurada del eros y el horror de la historia humana.
Fue gracias a que Maradona (admirado en su momento en todo el planeta) jugaba ese día, la razón por la cual Fabietto se halla ausente cuando ocurre el fatal accidente, lo cual le salva la vida; al nivel de la trama, la peripecia cambia el tono de la película, como si antes todo fuese festejo y edad de la inocencia, pues sigue la evasión y la incapacidad, la de todo adolescente, de elaborar un duelo, y por ende la necesidad de empezar a madurar. Fue la mano de Dios es propiamente una tragicomedia, ahí donde una paradoja del destino le permite al héroe encontrar su verdadero camino.
Carta de amor a su ciudad natal, Fue la mano de Dios es un intento por exorcizar los demonios del pasado, exonerarse de la culpa del sobreviviente, y cabe la duda de que lo haya logrado; lo que sí, Sorrentino, realizador distanciado y manierista, accede de lleno al sentimiento. Se exhibe en la Cineteca y en Netflix.