CIUDAD DE MÉXICO.- Durante años, Genevieve de Fontenay, vestida con sus trajes de sastre y sus inseparables sombreros, encarnó el concurso de Miss France y se convirtió en un popular personaje de la televisión francesa hasta su muerte a los 90 años, anunciada este miércoles por su hijo.
Convertida en icono de la pequeña pantalla, invitada a todo tipo de programas, Genevieve de Fontenay expandió su ideología conservadora, reflejo de una Francia tradicional y rural, asentada en un concurso de belleza femenina que gracias a su obstinación se convirtió en un gran éxito televisivo a partir de los años 80.
La gala, retransmitida en el "prime time" de la televisión TF1, la de mayor audiencia del país, reúne hasta a 15 millones de espectadores, convirtiéndose en uno de los programas más vistos del año.
En buena medida, su éxito reposó en el trabajo de Genevieve Mullmann, hija de un ingeniero de minas y de una ama de casa, esteticista de formación, que en 1954 cruzó su camino con el de Louis Poirot, conocido como "De Fontenay", 24 años mayor que ella y dedicado a organizar concursos de belleza locales por todos los rincones del país.
Juntos recorrieron Francia para sacar adelante esas galas, que Genevieve retomó en solitario tras la muerte de él en 1981, hasta que en 1986 logró que el espectáculo apareciera en televisión.
Un encuentro que se convirtió en un éxito y que convirtió a su presidenta en un conocido personaje que ningún francés desconoce.
En 2002, su hijo Xavier, que dirigía junto a ella la empresa familiar, decidió vender el concepto a la productora Endemol, con la condición de mantenerlos a ambos en sus puestos.
Poco a poco, los valores tradicionales de De Fontenay chocaron con los deseos de modernidad de los nuevos propietarios, que airearon algunos secretos de la "dama del sombrero", lo que ensombreció algo su imagen.
Acusaciones de racismo, de sexismo, el trato rígido que dispensaba a las ganadoras, cuyos cuerpos paseaba por todo el país junto a su imagen casi andrógina y siempre presente en primera línea.
En 2011 abandona Miss France y crea un concurso paralelo, que no logró el mismo seguimiento y que dirigió durante cinco años, y comenzó una guerra jurídica que acabó arruinándola, por lo que se refugió en programas de televisión donde, con su marcado acento burgués y su imagen impertérrita, comenzó a opinar de todo en un tono siempre ácido.