El fallecimiento de la actriz Marisa Paredes (Madrid, 78 años) deja al cine español sin uno de sus mejores ejemplos de elegancia natural y de gran dama.
También al teatro, su pasión, que iba retornar estos próximos meses. Lo inesperado de su muerte, por un problema coronario este martes de madrugada en el hospital madrileño Fundación Jiménez Díaz, adonde acudió al sentirse indispuesta, con su pareja, Chema Prado, estudioso del cine y exdirector de la Filmoteca Española, ha provocado un terremoto emocional en el audiovisual, que esta mañana no encuentra palabras en la despedida de Paredes, premio nacional de Cinematografía en 1996, medalla de oro al Mérito en las Bellas Artes en 2007 y Goya de Honor en 2018, entre otros muchos galardones. El miércoles por la mañana, en el Teatro Español, la actriz recibirá el correspondiente homenaje.
El viaje de Marisa Paredes arrancó en una portería de la madrileña Plaza de Santa Ana, y acabó en los grandes salones de la cinematografía mundial, ya que además de sus películas con Pedro Almodóvar, por las que más la recordarán los espectadores españoles, está sus trabajos, por ejemplo, con el mexicano Arturo Ripstein en "Profundo carmesí" y "El coronel no tiene quién le escriba" —esta sí una certera adaptación del imaginario de Gabriel García Márquez—, con Jaime Rosales (Petra), con Agustí Villaronga (Tras el cristal), el también mexicano Guillermo del Toro (El espinazo del diablo) o Fernando Trueba (Ópera prima).
Con todo, el eco cinematográfico de Marisa Paredes estará ligado para siempre al de la obra de Almodóvar, por sus colaboraciones en Entre tinieblas (1983), Tacones lejanos (1991), La flor de mi secreto (1995), Todo sobre mi madre y La piel que habito (2011), además de un cameo en Hable con ella. Paredes entró en 1983 en ese mundo Almodóvar, y nunca lo abandonó. Para la intérprete, no ha habido creador igual en su existencia: "[Ha sido] definitivo en mi vida por su sentido de la libertad y del compromiso con el trabajo". En otra entrevista, apostillaba: "Siempre me preguntan si Almodóvar fue un antes y un después, y no es eso, pero sí un más allá".
Como recordaba en esta entrevista hace unos meses en la revista ICON, Paredes nació pobre, la cuarta y última de las hijas de una portera, Petra, y de un trabajador de la fábrica de cerveza El Águila, Lucio. Y eso nunca lo olvidó. Más allá de sus trajes vaporosos de Sybilla, su diseñadora fetiche, y de un porte aristocrático, Paredes tenía grabada a fuego una conciencia de clase obrera: "La diferencia de clases era clarísima. Un día le pregunté a mi madre por qué éramos pobres. Me dijo: ´Esto se hereda, hija, igual que lo otro´. Ser rico se hereda, y ser pobre también. Eso lo tengo aquí [señalándose la cabeza]". De ahí su compromiso de izquierdas y feminista que la llevó a estar presente en cualquier batalla social.
Aprendió a leer sola "porque un vecino tenía tebeos", y nunca olvidó el consejo de su madre: ´Marisita, hija, lucha por lo que quieres".
Tuvo que dejar el colegio a los 11 años para entrar a trabajar de modista en una casa de moda, donde, por su constitución, ya recibió el apodo de "Pajarito", como un personaje de Galdós.