Cuanto más imposible, más romántica es una relación. De un amor así nos habla La Decisión de Partir.
Jaen Hae-joon (Park Hae-il) es un detective sudcoreano. Se le pide que acuda a la estación a investigar una muerte. Un hombre se ha suicidado de manera algo misteriosa y su viuda (Tang Wei), es sospechosa. La calamidad acecha.
El filme de Park Chan-wook pareciera abrevar del más puro Edgar Allan Poe: una historia que contiene misterio, muerte y un amor fatal. Un tono fantasmagórico en el que las emociones se expresan en forma minimalista pero poderosa.
No hay aquí grandes explosiones de sentimiento, sino parlamentos empapados de interpretación. palabras y silencios, tienen un peso específico; los rostros parecen parcos, pero comunican multitudes.
Son hebras finísimas las que van hilando una historia enigmática, poblada de capas, contada en tres tiempos: empieza como un thriller, pero los ganchos entre los protagonistas se van profundizando.
Hay una constante alusión a la duplicidad: los espejos como reflejo engañoso, la lectura de los pensamientos de los personajes como adivinanza e introspección, la doble personalidad. Imposible no notar la influencia de Hitchcock en la trama.