“Deadpool & Wolverine”, la tercera película en la trilogía del irreverente personaje de Marvel, llega a los cines con muchas expectativas por parte de los fans del género.
La ironía aquí es que, quien escribe esto, recomienda no leer nada sobre ella antes de verla, ya que el filme está lleno de sorpresas, cameos y muchos “easter eggs”. Dicho esto, aquí no habrá spoilers.
El mayor atractivo de la película es, precisamente, juntar a los dos personajes del título en una misma aventura. Para lograr esto, el guion sigue una inexplicable serie de acrobacias que remiten a las líneas temporales de la serie “Loki”. Para no hacer el cuento largo, Deadpool y una versión alcohólica y engreída de Wolverine terminan en un lugar conocido como “El Vacío”, de donde tienen que escapar para poder salvar al mundo del primero.
La relación entre ambos sigue la típica dinámica de la pareja dispareja, y la buena noticia es que funciona muy bien. Por un lado, Deadpool (Ryan Reynolds) sigue siendo un personaje grosero, vulgar, que nunca cierra la boca y que aquí se burla de todo y de todos.
Esto incluye morder las propias manos que le dan de comer, Disney y Marvel; al enemigo, el DCU; al género de los superhéroes en general, al concepto de los multiversos y, en un detalle aún más “meta”, a varios referentes de la cultura pop en general, incluyendo a los mismos actores que interpretan a estos personajes.
Wolverine, por otro lado, es interpretado, una vez más, por Hugh Jackman; esta vez portando el famoso traje amarillo del cómic y atrapado en una película que es una comedia, antes que todo. Su rol como el personaje serio lo hace a la perfección, y la ferocidad que lo caracteriza da pie a varias secuencias de acción que no escatiman en lo sanguinarias, aunque visualmente dejan mucho qué desear.