Entre la libertad y el tiempo del ‘Gato’ Ortiz

Sus amigos le han dado la espalda, sus excompañeros también, al igual que sus hermanos y su esposa. Únicamente sus 6 hijos, su madre y Fausto, un amigo no futbolista, le visitan periódicamente los fines de semana

Cadereyta, N.L.Durante la década de los 80 en Buenos Aires, específicamente en el barrio de San Isidro, apareció, se activó y fue desmantelada una familia de clase alta dedicada al secuestro de personas conocidas, a quienes mantenían en cautiverio dentro de su misma residencia. Una historia de secuestros que finalizaban en asesinatos una vez recibido el pago del rescate. El Clan de los Puccio se convirtió en película, libro y recientemente en serie de televisión. Arquímides, padre de cinco hijos, era el cerebro de la banda y sus dos hijos varones, cómplices. Alejandro, un conocido jugador de rugby del Club Atlético San Isidro, se encargaba de señalar a quienes serían secuestrados... “La gente se divide entre los que tienen miedo y se quedan en la puerta y los que dicen: ‘tengo miedo pero entro igual’”, dice en un diálogo de la serie Arquímides a su hijo Alejandro, antes de incluirlo en el clan.Años después se descubre y desarticula el clan. En un momento en que Alejandro es trasladado hacia los juzgados, esposado, se libera de sus custodios, corre, salta el barandal y se lanza del quinto piso del edificio de tribunales. Queda gravemente herido, pero no se libra de prisión...Hoy no tengo la menor duda, la libertad y el tiempo van de la mano, es por ello que dentro de una prisión duele tanto la falta de una como del otro. Pero si al no tener libertad ni conocer el tiempo se le agrega la falta de una sentencia, como es el caso de Omar “Gato” Ortiz, exarquero profesional y seleccionado mexicano, recluido en el Cereso de Cadereyta, la vida deja de tener un por qué y un para qué apenas llegado el amanecer.Supongo que nadie ajeno a esa experiencia se puede poner en los zapatos de un reo porque para todos nosotros el comportamiento de alguien que ha perdido toda ilusión más allá de pasar tiempo con sus seis hijos, todo proyecto más allá de hacer ejercicio un par de horas al día, toda esperanza más allá de las noticias que pueda traer su visita semanal y toda pasión sin un más allá, resulta inexplicable e improcedente.Sólo está derrotado quien renuncia, leí alguna vez. Es verdaderamente triste detectar en quien fue un arquero extraordinario y fuera de lo común, los ojos de la renuncia, independientemente de su culpabilidad o inocencia.Pasé 6 meses junto al “Gato” Ortiz en Celaya a principios de 2002. Encontré a un compañero de físico imponente, alegre, muy trabajador, talentoso, noble, bebedor, inmaduro y explosivo con quien compartí habitación, vestidor y posición. Hoy he visto, tras las rejas del Cereso en Cadereyta, a un excompañero de físico aún imponente, derrotado, contradictorio, confundido, desinformado, triste y destruido. No es para menos, cuatro años en una cárcel sin conocer siquiera su condena deben ser motivo suficiente para cambiar radicalmente la personalidad hasta del más optimista.El “Gato” era tan inquieto que tras aquel último partido del Verano 2002 en que perdimos por goleada ante La Piedad, se cobró de propia mano los insultos que la gente le lanzó durante el juego liándose a golpes en el estacionamiento del estadio. Pero tras esa noche de juerga con el equipo en el festejo por la salvación, desafió y golpeó a la Policía, se dio a la fuga y apareció, al siguiente día, en la portada del diario local de una manera única e irrepetible: esposado de un lado de la primera plana y reconocido como el mejor jugador del equipo en el otro costado.En 2010 una prueba positiva de dopaje tras un encuentro de Copa Libertadores en Colombia le arrojó una suspensión de 2 años. Su equipo, Monterrey, le rescindió el contrato. Acepta el consumo de la sustancia, acepta el error y la sanción, no sin antes revelar que en repetidas ocasiones resultó sorteado dentro de la Liga mexicana para el control antidoping y siempre resultó negativo, aun cuando ya consumía el anabólico.Fue en enero de 2012, muy cerca de cumplir su suspensión, cuando el “Gato” fue presentado públicamente como miembro de una banda de secuestradores en Monterrey. Se le acusaba de informar quiénes serían las víctimas potenciales, tal como lo hizo el estrella de rugby Alejandro Puccio en Argentina.Tras unos meses de infructuosa labor de defensa, el primer abogado del “Gato” se hizo a un lado y un segundo desapareció desde el primer semestre de 2014. Hoy nadie puede establecer la situación de su caso, estancado y sin alguien que se interese legalmente por él.“Quiero saber mi sentencia, no importa cuál sea, sólo quiero saberla”, cuenta, en uno de los pocos latidos que desprenden los deseos de Omar, como para empezar a pensar en algo a partir de conocer el castigo que, sin duda, parece menos tortura que la incertidumbre.Quienes acudimos a entrevistarle dentro del penal coincidimos que la primera imagen del “Gato” fue la más impactante: detrás de unos barrotes de color verde, sentado con la pierna arriba de la banca y el brazo izquierdo de fuera. Me saludó: “¿Qué pasa Félix?” -dijo con absoluta serenidad-, vestido con una camiseta Armani entallada, tenis Nike del mismo color limón, y jeans. Su apariencia personal contrastaba con lo que poco a poco nos irían revelando su relato, sus reflexiones y su mirada.Sus amigos le han dado la espalda, sus excompañeros también, al igual que sus hermanos y su esposa. Únicamente sus 6 hijos, su madre y Fausto, un amigo no futbolista, le visitan periódicamente los fines de semana. Quizá el carácter tan especial, quizá el delito de secuestro por el que se le acusa, quizá la lejanía y complejidad para visitarle, pero lo cierto es que dentro de la cárcel no solamente la libertad se limita, la comunicación se restringe y el tiempo se detiene. También el olvido es protagonista.En el Cereso de Cadereyta no hay sobrecupo ni lujos, no hay relojes ni variedad, todo es monotonía. Una pequeña televisión con tres o cuatro canales disponibles y una cancha de futbol, donde un tiro desviado termina con la vida del balón encajado en el filoso alambrado, son la única forma de entretenimiento. Los reclusos deambulan, hablan, murmuran, se sientan sobre el cemento y se guían por las señales inequívocas del momento para pasar la lista, comer o ingresar a su celda. Ahí dentro no hay manera de olvidar que en nuestra libertad va implícita la esclavitud de las leyes que nos rigen y en el encierro no hay otra alternativa que cumplir las estrictas leyes internas.Entre los 2 mil reos que observan el desplazamiento de las sombras durante las largas horas del día, en las explanadas o los corredores del penal y sin hacer nada, se ubica un famoso delincuente que ocupa una celda contigua al “Gato”: Diego Santoy Riveroll. Su caso estremeció a la sociedad mexicana cuando en 2006 asesinó a los dos hermanitos (7 y 3 años) de su novia Érika Peña, a quien también trató de matar. Aceptó su culpabilidad y fue sentenciado a más de 100 años de prisión. Hoy se confunde entre el resto de los presos.No, en el penal no avanza la tecnología para los internos, no hay celulares, tablets, música ni redes sociales; desaparecen los automóviles y las marcas de moda, el aire acondicionado y la calefacción; la privacidad y la propiedad privada; el alcohol y el tabaco; el cine y los paisajes agradables; las flores y las faldas; las fragancias, los tacones y la joyería... los planes y los sueños... los billetes y las monedas.Dentro de su celda, colgado en la pared, es posible ver el único lujo que le es permitido al “Gato”, además de una pequeña lámpara con el escudo de los rayados que un interno le vendió: la foto oficial del Monterrey de 1999. Omar no sabe ya decir el nombre de cada uno de esos compañeros. Si ellos se olvidaron del arquero, parece válido que el arquero se olvide de ellos.La libertad y el tiempo van de la mano definitivamente, dentro de ellos convive lo que para nosotros es intrínseco y que en Omar Ortiz ha desaparecido: la ilusión y el deseo de un proyecto por esencial que sea....En el mismo diálogo con su hijo Alejandro, Arquímides Puccio le dice, para justificar de alguna manera su plan: “Hay buenos que son peores que todos los malos juntos, ¿entonces a quién defendés?”. Las cárceles en México se encuentran llenas de delincuentes, pero también de inocentes. Es triste que la justicia de nuestro País sea tan lenta que dentro de los penales no solamente se detiene el tiempo, sino también en los juzgados se enmohecen los expedientes. Decía Jean Paul Sartre que “el hombre nace libre, responsable y sin excusas”, hoy el “Gato” Ortiz se encuentra preso, niega su responsabilidad y no pone excusas para seguir esperando, mientras el tiempo y la libertad quieran darle la mano. Los amigos del exportero de Rayados, Omar Ortiz (derecha), le han dado la espalda, sus excompañeros también, al igual que sus hermanos y su esposa.