Martín Salinas Rivera
Cronista Municipal de Reynosa
-Segunda parte-
Eran las trece horas del día 12 de mayo de 1931, cuando el policía urbano, Rafael Guerra, le comunicó verbalmente al Síndico Municipal y en funciones de Agente del Ministerio Público, Manuel de la Viña, de que en la cantina “La Astoria” un individuo se había disparado un tiro con arma de fuego.
El propietario de la cantina, Roberto Hune, se había presentado en la Comandancia de la Policía para dar la noticia sobre una persona moribunda casi agónica, de la cual se desconocía su nombre.
El Agente del Ministerio Público pidió se constituyera el personal de la Agencia en dicha cantina, acompañados del médico municipal, Dr. Santiago Leal. Esto era para dar fe de los hechos referidos por el Sr. Hune. Media hora más tarde se encontraba el personal en “La Astoria”, la cual se ubicaba en la esquina de las calles Manuel González y Canales. La calle González actualmente lleva el nombre de Pedro J. Méndez.
La averiguación
El Agente de la Viña dio fe de haber encontrado al individuo tirado en el suelo y boca arriba, dentro de la citada cantina. El cuerpo se encontraba inmediato a la barra o mostrador de la misma cantina, con la cabeza al poniente y los pies al oriente. Éste se encontraba sobre un gran charco de sangre, en estado agónico. Presentaba dos heridas, una en un lado de la sien y la otra en el lado opuesto, marcando la salida del proyectil.
El Sr. Roberto Hune indicó que ese era el individuo que se había dado el tiro solo y del que fue a dar parte a la Comandancia de Policía. Después de designar al Dr. Santiago Leal y al Sr. Félix Bravo como peritos hicieron el reconocimiento del expresado individuo, quién tenía una lesión hecha al parecer con proyectil de arma de fuego con orificio de entrada al nivel del pterion del lado derecho y orificio de salida nivel de la misma región del lado izquierdo.
El sujeto momentos después de haberle hecho el reconocimiento falleció. El Dr. Santiago Leal dio fe que la muerte había sido probablemente a consecuencia de la lesión descrita. En la mano derecha del cadáver había una pistola escuadra chica calibre .32. El empleado municipal, Daniel Barrientos, mencionó que allí se la encontró, pidiéndole el Agente del Ministerio Público que recogiera el arma del lugar.
En el momento se presentó el Sr. Servando Medrano manifestando que era primo carnal del occiso, solicitando el cadáver. Fue entonces que se constató que la persona llevaba en vida el nombre de Julio Chapa. Por consiguiente, el primo se encargaría de darle sepultura. Se le encargó enterrarlo en el tercer tramo del cementerio de la ciudad de Reynosa. Dispuso el Agente extender oficio al Juez del Estado Civil para que levantara el acta relativa a esta defunción, entendiendo que el Sr. Medrano daría al Juez los datos relacionados con el finado.
Tres testigos presenciales
En ese mismo día 12 de mayo de 1931, el Ministerio Público le tomó la declaración al Sr. Roberto Hune. El propietario de la cantina era un hombre casado con 27 años de edad, un comerciante originario de Torreón, Coahuila, residente de esta ciudad.
Explicó que el occiso estaba platicando con un pintor llamado Leopoldo Cursan, quien le decía o le sermoneaba de que “los padres siempre dirigían a los hijos por muy buen camino advirtiéndoles todos los escollos de la vida, pero que algunos hijos no seguían los consejos de sus padres y por eso sufrían”. Sobre esto versaba la conversación que tenían el pintor y el difunto y que éste no estaba más que oyendo al pintor, cuando repentinamente dijo el finado “ya no me diga más”.
En ese momento sacó la pistola y poniéndosela en la sien se disparó, al tiro el occiso se desplomó. Hune muy asustado corrió para afuera y enseguida fue a dar parte a la Comandancia de Policía. No recordaba de que otras personas estuvieran presentes en la cantina, pero aseguraba que el interfecto se había privado de la vida con la pistola que traería en el bolsillo del pantalón.
El Sr. Leopoldo Cursan, a quién se refería Roberto Hune, era un artesano pintor, soltero de 34 años de edad y originario de Toluca. Éste declaró que se encontraba platicando amigablemente con el difunto y le decía sobre las circunstancias y vicisitudes de la vida humana, haciendo referencia de los sufrimientos que algunos tenían. Tanto así que hicieron referencia a poesías de Plaza y de Acuña. En esos años era común que contertulios recitaran poemas como los de Antonio Plaza Llamas o de Manuel Acuña Narro en bares y cantinas a lo largo del país, en las cantinas de Reynosa no era la excepción.
El pintor Cursan le decía al difunto “que los padres siempre guiaban a los hijos por la senda del bien y que si algunos sufrían en la vida era por no seguir los consejos de sus padres”. Eso le expresaba cuando el difunto Julio Chapa le respondió “ya no se diga más”, sacando una pistola de una manera violenta se la puso en la sien, disparándose el tiro que le causó la muerte. No murió en el acto, pues todavía cuando llegó el personal la Agencia estaba dando las últimas boqueadas. Estuvo en agonía por casi una hora.
Cursan jamás pensó que el occiso se fuera a privar de la vida y ni siquiera tuvo tiempo de evitarlo y tampoco lo tuvo el dueño de la cantina. A raíz del suceso llegó el empleado municipal Daniel Barrientos, quién recogió la pistola tirada inmediata a donde cayó el finado.
El propietario, Roberto Hune, asumió que no había nadie más cuando salió asustado para fuera de la cantina. Pero según datos recabados por el Ministerio Público se encontraba Miguel Alegría parado en la orilla de la barra al lado de la puerta que daba al poniente de la cantina. Este era un viudo de 25 años de edad, jornalero originario del rancho El Porvenir, entonces residente en la ciudad de Reynosa. Alegría escuchaba la conversación cuando aparentemente Chapa se disparó en la sien, pues esto no lo alcanzó a ver.
Expresó que el finado murió hasta después que llegó el personal de la Agencia. No pudo impedir el hecho debido a la manera imprevista que sucedió. Expuso que, al caer el occiso la pistola disparó un segundo tiro, el cuál pegó debajo del mostrador de la cantina. El impacto del proyectil que se pegó el difunto se observaba en la piña de la casa, en el lado oriente del cuarto.
Los policías
Los policías Daniel Barrientos y Félix Bravo iban para la Zona de Tolerancia, que se encontraba en ese tiempo por la calle Colón en Reynosa. El primero era un viudo de 37 años de edad, quien tenía el cargo de regidor del Ayuntamiento y era el Comisionado de la Policía de Reynosa. Su compañero era un hombre casado de 29 años de edad, quién tenía el cargo de policía urbano de esta ciudad.
Se dirigían a practicar una diligencia, cuando al momento de atravesar la calle donde estaba establecida la cantina “La Astoria” escucharon como un golpe de cajón. Ellos estaban parados a dos cuadras de la cantina, tal vez en lo que es la esquina de las calles Juárez y Pedro J. Méndez. Al principio no les llamó la atención, pero viendo que corría gente para la cantina, Barrientos le dijo a su compañero, “seguramente paso algo”.
Los dos corrieron apresurando el paso rumbo a la cantina a la que entraron, encontrando tirado boca arriba a un individuo en estado agónico. Éste se encontraba inmediato a la barra de la cantina en un gran charco de sangre. Cerca de su mano derecha y sobre el piso de madera de la cantina había una pistola escuadra que dejaron en el mismo lugar, hasta que llegó la autoridad judicial y le ordenó a Barrientos que la recogiera.
Al momento que los policías llegaron a la cantina ya había mucha gente. Pronto supieron que el individuo se había matado solo, por lo que decía la mamá y los familiares de Roberto Hune, quien había ido a dar parte a la Comandancia de Policía. Supieron sobre la plática del pintor y el occiso. Los dos policías expusieron que los datos de la señora eran muy ambiguos, pues notaron que ella andaba muy asustada.
El Agente Manuel de la Viña nombró a los señores Teodoro A. de Luna y Alfredo Isassi como peritos para que hicieran el reconocimiento de la pistola. Dieron fe que era una pistola de medio uso calibre 7.65 (mm/.32), pavón negro, cachas de madera color caoba, con la matrícula no. 3831. En el cañón tenía la leyenda “7.65. 1914 MODEL AUTOMATIC PISTOL MILITARY”. El arma conservaba un ligero olor a pólvora, como si hubiese sido disparada recientemente, con un cartucho calibre .32 en el cargador y uno vacío en la recámara.
De acuerdo con el acta de defunción en el Registro Civil de Reynosa, Julio Chapa era un hombre soltero de 38 años de edad, originario de Cadereyta, Nuevo León. Sus padres fueron Manuel Chapa y Florencia Flores. Fue enterrado en el tercer tramo del cementerio de esta ciudad, el cuál se encontraba en los terrenos que ocupa actualmente la clínica-hospital del ISSSTE, en la calle Nicolás Bravo con López Mateos, a espaldas de la vía del ferrocarril y a un costado del paso a desnivel No. 1. Julio Chapa según el acta había fallecido aproximadamente a las 3:30 de la tarde en Reynosa el día 12 de mayo de 1931.
Grabado póstumo del poeta saltillense Manuel Acuña Narro en 1890. Algunos poemas fueron recitados en “La Astoria” en Reynosa, antes de la muerte del protagonista de esta historia.