Tras los atentados, Estados Unidos invadió Afganistán y derrocó al régimen del Talibán que dio refugio a Osama bin Laden y a la red Al Qaeda responsables de los atentados.
Pero poco después, el gobierno del entonces presidente George W. Bush dirigió su atención a Irak, al que acusó de integrar, junto a Irán y Corea del Norte, un “Eje del Mal” y aseverando que su brutal dictador Saddam Hussein albergaba en secreto armas de destrucción masiva y nexos con Al Qaeda. Nunca se halló evidencia de ello.
A consecuencia de eso, Estados Unidos invadió también Irak, dando inicio a una década de guerra cuyas repercusiones se sienten hasta el día de hoy.
“Al principio yo estaba de lo más contento con la invasión estadounidense, todo el mundo estaba contento. Estábamos llenos de esperanza por un mejor futuro”, declaró Mohammed Agha, un iraquí de etnia kurda que tenía 27 años cuando ocurrió la intervención militar.
“Pero lo que pasó fue que destruyeron las instituciones nacionales sin reconstruirlas”, explicó. “No planificaron para el día siguiente, no hubo nada de reconstrucción”.
Las declaraciones de Agha reflejan el rencor y la amargura que perduran en Irak, por lo que muchos consideran fue una oportunidad perdida de rehacer al país tras el derrocamiento de Saddam, quien gobernó al país con puño de hierro por casi 30 años.
La invasión alteró profundamente la política del país: la minoría suní que ostentaba el poder fue derrocada y reemplazada por la mayoría chií, mientras que los kurdos obtuvieron autonomía. Pero si bien muchos iraquíes aplaudieron la caída de Saddam y la poca democracia que hubo después, esperaban que Estados Unidos trajera una administración pública eficiente, un buen nivel de seguridad y la prestación de servicios básicos como la electricidad.
Ello no ocurrió, y seguidamente surgió un gran rencor y una insurgencia que eventualmente degeneró en una guerra civil en que milicias chiís y sunís combatieron contra los efectivos de Estados Unidos para controlar su propio país.
Tras décadas de inestabilidad, hoy en día Irak tiene un gobierno relativamente estable y han disminuido los ataques con carros-bomba y las actividades de escuadrones de la muerte. Pero la economía está hecha añicos, la infraestructura está en pedazos y la corrupción es rampante. El gobierno, dividido en una gran cantidad de facciones pequeñas, no es capaz de controlar a las múltiples milicias proiraníes que ejercen enorme poder.