'Drive my Car': un roadtrip con mucho ritmo

¿Es la nueva Parásitos? ¿Es él el nuevo Bong Joon-Ho?

La cinta Drive my Car, del japonés Ryusuke Hamaguchi, ha sido, para muchos, esa experiencia visual y estética que puede comprarse con el deslumbramiento.

Es otra cinta asiática capaz de conciliar a la cinefilia más festivalera con el mainstream, el gran público. Desde su debut, en el Festival de Cine de Cannes, donde obtuvo el premio al Mejor Guión, creció como bola de nieve.

Ayer logró su consagración: fue nominada a cuatro premios Óscar (Película, Director, Guión Adaptado y Película Internacional). Oriundo de Kanagawa, su autor no es ningún advenedizo del séptimo arte, sino que a sus 43 años es una de las figuras más rutilantes del cine de autor contemporáneo del Sol Naciente. Lejos de las superproducciones, sus largometrajes son experiencias íntimas, reflexivas, poéticas, llenas de coincidencias y filmadas con un ojo de documentalista.

Ahí está Happy Hour (2015), una colosal obra de cinco horas y media sobre la relación de cuatro amigas amas de casa, o Asako I & II (2018), sobre la infatuación amorosa de una mujer por dos hombres que lucen idénticos. A Hamaguchi le gusta adaptar novelas o cuentos que lo sobrecogen, como sucedió con "Drive my Car" (como la canción de The Beatles), relato del superestrella Haruki Murakami incluido en su antología "Hombres sin Mujeres". No es la primera vez que alguien lleva a la pantalla al autor de "Tokio Blues", obsesionado con historias de hombres solitarios y sucesos extraños, pero sí que se hacen con tal rotundidad.

Sabedor de que la literatura y el cine son artes distintos, Hamaguchi tejió el guión de su Drive my Car con elementos de otros cuentos de Murakami ("Sherezade", "Kino"), para dar profundidad a sus personajes sin profanar su espíritu. De tres horas de duración (sus títulos iniciales corren ¡hasta el minuto 40!), es un viaje por la autopista del dolor, la culpa y la pérdida a través del encuentro, en Hiroshima, entre un director teatral viudo con una conductora que perdió a su familia. La fuerza de las películas de este admirador de Éric Rohmer, John Cassavetes y Kenji Mizoguchi estriba en los diálogos.

En el caso de Drive my Car, en que el protagonista monta una versión escénica y multilingüe del "Tío Vania", las líneas de Antón Chéjov se desdibujan entre los dramas propios de los personajes: hablan en la historia teatral pero también en el universo de la película. El vehículo al que hace alusión el título, un Saab 900 rojo, es el microcosmos desde el cual Yusuke Kafuku (Hidetoshi Nishijima) y Misaki Wataro (Toko Miura), taciturnos "héroes" del filme, lidian con sus fantasmas. Lo hacen con palabras, pero también con silencio, porque la información de este relato introspectivo se revela a cuentagotas. ¿Hará historia Drive my Car en marzo en la gala del Óscar? Habrá que esperar. Mientras tanto, el sudcoreano Bong Joon-Ho le dio su bendición a este nuevo fenómeno asiático: para él fue uno de los títulos más valiosos de 2021.