Por este lugar pasaron las mejores orquestas de México y Estados Unidos; también lo visitaron presidentes de la República y funcionarios de alto nivel internacionales
Amor eterno El Casino Montecarlo
Por este lugar pasaron las mejores orquestas de México y Estados Unidos; también lo visitaron presidentes de la República y funcionarios de alto nivel internacionales
Reynosa, Tam.- ¿Quién puede detener el viento que arrulla a los niños y hace mecer las ramas de los árboles? ¿Quién puede poner barreras al torbellino o a las aguas encrespadas de las corrientes o los torrentes que se precipitan desde el cielo? Vano es que el hombre pretenda construir barreras y levantar muros. La vida es movimiento y el movimiento es libertad. Nada de ello tan cierto como en la frontera, donde se encuentran, se cruzan y se complementan dos culturas; dos formas de entender al mundo; dos estilos de hacer las mismas cosas. Reynosa y McAllen no son poblaciones contiguas, las separan ocho millas y, sin embargo, han tenido una larga y fructífera relación a lo largo de los años. Una veces con las frondas a favor de uno, y luego al revés. La historia de ambos pueblos, de ambas ciudades, es como dijo María Félix: una eterna leyenda de amor. Don José Ángel “Nene” González de los Santos Coy, reynosense de cepa pura, de las familias más importantes de la comarca, con 92 años a cuestas, relata con amenidad y chispa, que durante la Ley Seca, entendida como la prohibición de la venta de bebidas alcohólicas, que estuvo vigente en los Estados Unidos entre el 17 de enero de 1920 y el 5 de diciembre de 1933, fueron los pueblos de la frontera mexicana los que proveyeron de licor a los vecinos. Se crearon importantes establecimientos que ofrecían comida, bebida, música y variedades artísticas a los visitantes, con la ventaja de que los dólares rendían más de este lado del río Bravo. De entre esos lugares para el turismo, destaca uno que fue epicentro de los acontecimientos más importantes relacionados con esa industria: El Casino Montecarlo, en cuya nave, de proporciones asombrosas, don Andy Paris, un norteamericano de origen griego, hizo el banquete inaugural de su fábrica de chicles, la mundialmente famosa Bubble Gum, establecida en McAllen, Texas, que alcanzó una muy alta producción, y pudo a llegar a toda la unión americana, exportando a Europa. El fundador de la Paris Gum Corp., fue bautizado como el Rey Bubblegum por la revista LIFE en 1947, después de que acaparó el mercado mexicano del látex. Este movimiento astuto, permitió a Paris producir goma para mascar barata que pronto inundó el mercado estadounidense. Según algunas estimaciones, Paris envió 5 mil toneladas de goma a lo largo de los EU a un precio asequible de un centavo por bola de chicle envuelta en vistoso papel encerado. Aunque originalmente fabricaba su chicle en México, pronto trasladó sus operaciones a los Estados Unidos. En McAllen, Texas, la planta estuvo ubicada en 609 Business del Highway 83, donde cientos de manos mexicanas se encargaban del proceso. Paris nació en 1919 y se trasladó a la Ciudad de México durante la Segunda Guerra Mundial para exportar dulces a la tienda de su familia. Como dice la leyenda, se inspiró para entrar en el negocio de la goma después de ver a dos jóvenes luchar por un pedazo de chicle caro. Ese incidente, dicen sus biógrafos, lo llevó a moverse agresivamente en el negocio de látex y de su goma. Abriendo una fábrica en McAllen en 1947; el éxito de su empresa fue haber agregado al látex azúcar y un sabor y un aroma que todavía son inconfundibles, demás de promociones de alto perfil. Según sus biógrafos, Paris creó el concepto de soplar el chicle para hacer burbujas. Se le atribuye la enseñanza a una joven Natalie Wood para soplar burbujas por su papel en la película clásica “A Miracle on 34th Street”. LIFE dedicó numerosas páginas a Paris mientras el Newsreel Universal lo perfilaba en un segmento titulado “Bubble Trouble”. Recorrió todos los Estados Unidos para hacer presentaciones personales; era un incansable promotor del chicle. Se le relacionó con Marilyn Monroe y su bubble gum. Durante el banquete, mil 200 comensales (tenía cupo para 2 mil personas), recuerda el Sr. José Ángel González, gerente del casino, fueron atendidos a entera satisfacción, con los mejores platillos, la mejor bebida, la música de moda y la mejor variedad artística, a cargo de unos españoles llamados Anita y Manolo, que duraron de planta muchos años por su gran talento y picardía para hacer reír y pasar ratos amenos a los clientes. Por el Casino Montecarlo pasaron las mejores orquestas de México y Estados Unidos; de manera destacada se recuerda a Tommy Dorsey de allá y a Luis Arcarás, de acá; pero, también estuvieron Jorge Negrete, en 1951, quien llegó por avión a la ciudad de Monterrey y el Sr. González debió trasladarlo hasta acá en automóvil; y, desde luego, Pedro Infante, quien ya estaba casado con su primera esposa, Lupita Torrentera, quien los acompañó con sus tres hijos. Pedro Infante vino a la frontera como invitado de honor a las festividades del Segundo Centenario de la Fundación de la Villa de Mier, un pueblo mágico que siempre ha echado la casa por la ventana cuando se trata de recordar sus inicios. Como el alojamiento destinado para el artista fue ocupado por su familia, él debió conformarse con una de las celdas de la cárcel municipal para habilitarla como camerino. Durante sus visitas a Reynosa, estuvieron, obligadamente, en el casino Montecarlo los presidentes de la República Manuel Ávila Camacho y Miguel Alemán Valdés, aunque el dato proviene de otras fuentes distintas. UN LARGO CAMINO La ubicación original del Montecarlo, con el nombre de Montecarlo Saloon, fue la esquina de las calles Morelos y Juárez, en la esquina oriente de la cuadra en donde ha estado ubicada siempre la presidencia municipal, espacio que luego fuera ocupado por el Mission Bar. La construcción permanece prácticamente inalterable. Los cambios que se han hecho al transcurso de los años, han sido menores y no modifican la estructura original, de sillar de piedra caliza. El gran atractivo de esos tiempos era la botana que se servía y las bebidas, siempre de alta calidad, con expertos cantineros que conocían la coctelería que gustaba a los visitantes del lado americano. Todavía no se inventaba el coctel margarita, pero estaba de moda el Tom Collins y el High Ball con el whiskey Ballantines. A finales de 1940, don Rubén González Chapa, su dueño, decide que el Montecarlo se traslade a la acera norte de la plaza principal, en donde luego estuvo Bancomer, pero ya con el nombre de Centro Social y Recreativo Montecarlo. Para entonces, ya tenían una orquesta de planta y había variedades artísticas dos veces por noche, todas los días. Siguió siendo famoso por su coctelería, por su comida y la música, siempre de actualidad. Además del turismo, el Montecarlo era visitado por las familias pudientes de aquellos años, que, luego de dar la vuelta a la plaza o después de ir a misa, iban a comer, a tomar algún refresco o a bailar. En 1946, el Montecarlo, bajo la modalidad de terraza, se traslada al lado poniente del puente internacional, donde luego estuvo la imprenta Minerva durante muchos años. Para entonces, González Chapa vivía en la Ciudad de México y José Ángel González quedó como gerente general. Don Rubén contrataba los artistas y avisaba a su primo Nene para que los recibiera y les facilitara su actuación. Así vinieron Los Panchos. Precisamente, cuando vino el trío más famoso de México, Nene invitó a su amigo Rafael Ramírez, hermano de Arnaldo Ramírez, de Mission, Texas, quien ya era famoso por sus composiciones “Nuestro Amor” y “Llorarás”, que le habían grabado y lanzado a nivel internacional. Ni que decir que, colocado por su amigo en la tercera mesa a partir de la enorme pista, Los Panchos dedicaron su actuación al compositor del México de fuera. Ahí nació una amistad que duró toda la vida, como ocurría entre aquellos hombres dedicados a su trabajo y al encanto de la música y del buen vivir. Para los 50´s, cuando vinieron Negrete e Infante, la terraza ya estaba techada y tenía una barra de 70 metros de largo, sin sillas, con una inmensa pista de baile y un estrado para las orquestas y los artistas que venían a las dos variedades por noche. La gran constelación de estrellas de la farándula la cerró Libertad Lamarque, la Dama del Tango en 1953, poco antes de que el Casino Montecarlo atrancara sus puertas. En los Estados Unidos, la restricción de venta de bebidas alcohólicas al copeo fue suprimida por el gobierno federal y los gobiernos de algunos Estados como Texas, donde aún rigen las llamadas leyes azules que implican algunas condiciones para el consumo de bebidas. Fue por ello que los negocios grandes, como el Casino Montecarlo, que contaba con una plantilla de personal muy grande, con gastos excesivos por la orquesta de base y las variedades provenientes de dentro y de fuera del país, debieron cerrar sus puertas, dejando un grato sabor de esa época. Sucedió con el Casino Montecarlo lo que ocurrió con los dinosaurios, que su mismo tamaño los llevó a la extinción. Ahora, ese tipo de negocios florecen en el sur del Valle de Texas, a donde acuden los mexicanos como antes venían los vecinos. Ahora es de aquí para allá, ¡¿quién sabe después?! Porque nadie puede atajar al viento que hace vibrar las copas de los árboles y arrastra las hojas, para allá y para acá.
José Ángel ‘Nene’ González de los Santos Coy, gerente del Montecarlo.
Lugar original del Montecarlo, entonces llamado “saloon”, en Morelos y Juárez.
Tommy Dorsey y su orquesta tocando en el Casino Montecarlo.
Luis Arcarás con sus éxitos “Bonita” y “Viajera”, también actuó en el Montecarlo.