Debajo de uno de esos gigantescos bloques de concreto de Tlatelolco, Elías, de 20 años, fuma medio porro de mariguana. “Microdosis”, dice como un científico que se automedica. Dos caladas y aguanta el aire para que el humo no se escape. Mientras tose discretamente, devuelve la bacha al fuego vivo dentro de un tubito hermético. “La falta de oxígeno lo apaga inmediatamente”, asegura como un experto furtivo.
Es una tarde de nubes borrascosas y lluvia ligera. Casi no hay gente alrededor de la Plaza de las Tres Culturas. Elías se arrepiente y vuelve a prender. Le da una, dos, tres caladas, contiene el humo, lo exhala inundando uno de los pasillos. “Tal vez fumo para ver el mundo de otra manera”, dice Elías, atento a que no aparezca nadie.
Sentado entre los arbustos, trata de formar volutas que lo obligan a hacer bizco, pero no lo logra. “En mi caso, es buena para externalizar todo, pero en exceso hace lo contrario, y eso es lo difícil, es una adicción y un problema para la salud pública”, asegura.
“Hay mucha desinformación y confusión. Lo ‘natural’ no es tan inocuo como pensamos. No sabemos si estamos fumando pesticidas o estiércol. No sabemos quién hace los ácidos o las pastillas. Es algo que debería ser regulado, lo ilegal es un lugar peligroso, te expone a otro ambiente donde el mariguano es rechazado hasta por su familia. Te desconocen y aíslan en un mundo limitado en el que ya sólo puedes expresar lo que has sentido o pensado con enteógenos”, cuenta desde su experiencia cannábica.
Para Elías, estudiante y vendedor ambulante, cada porro conlleva un desciframiento que va de una calada a otra. Entre la desidia de la imaginación y la procrastinación, fuma para pasarla bien, para entender el diapasón introspectivo que motiva su adicción. Amigo de los mundos oscuros, en su tiempo libre acostumbra dibujar torsos desnudos al carboncillo, arañas con mil ojos o paisajes sombríos; sin embargo, no ha estado exento de los efectos de una ley prohibitiva. Recién comenzada la pandemia, Elías fue detenido de manera arbitraria.
“Ese día era temprano, no venía nadie caminando, prendí una bachita del día anterior. Tranquilo en la calle, en menos de un minuto se me emparejó una moto con policías. Ellos querían detenerme para una revisión, pero seguí caminando y tiré el filtro que quedaba. Eso los enojó más. Los policías son muy agresivos, te secuestran, roban y golpean. Siempre buscan o dinero o drogas o cosas de valor. Yo no tengo ninguna de las tres”, dice entre risas.
“Saqué mis cosas de los pantalones, mis llaves y mi celular. Bruscamente se me acercó uno a meter sus manos en mi pantalón. Me esculcaron, me enojé y les aventé la mano y me sometieron. Me golpeó con su cabeza como si fuera un rinoceronte”, cuenta.
RECUERDOS LO PERSIGUEN
Aunque el incidente aconteció hace más de un año, hay recuerdos más recientes que todavía lo persiguen:
“No es la primera vez que me agarran. En junio de 2020, en la delegación Iztacalco, con un amigo ya bien puesto, los patrulleros se bajaron, nos acorralaron y nos esculcaron. Esa vez traían metralleta, al lado de nosotros uno de ellos nos encañonó.
“Mi amigo, estando en trance, se asustó, intentó escapar y fue que se pusieron más agresivos. Nos decían ‘si no traen, aquí los surtimos’ o ‘ya les toca el tanque, pinches mariguanos’. Lo intentaron meter a la patrulla entre los dos. Se olvidaron un poco de mí, él no traía nada, yo sólo tenía una caguama y un porro, pero pasé a segundo plano. Mi amigo traía una caja con semillas porque le gusta sembrar, una cajita psicodélica hecha a mano. Nada más por chingarlo le dijeron que eso era evidencia suficiente para remitirlo. Te amedrentan sólo por fumar.”
Hasta quemarse los dedos
Fiel a su narcosis, Elías fuma el porro hasta quemarse los dedos. “Es un placer momentáneo y hay una línea muy fina entre hacer las cosas en ese estado y necesitar la planta para hacer las cosas. Genera mucha tolerancia en el cuerpo. No me gusta mucho fumar porque te cansa físicamente, pero sí me gusta porque me mantiene centrado, reflexivo y flexible frente a las ideas”, explica mientras saca una pipa, en la cual arroja un poco de flores recién molidas sobre un hueco lleno de residuos de alquitrán.
Cosmonauta del mundo, consumidor de drogas naturales y sintéticas, sagradas y profanas, Elías intenta explicar su afición que lo lleva a forjar tres porros al día: “Es un tránsito mental, muy silencioso, poco a poco te vas enamorando de estar así, sientes que las cosas te salen mejor, te preocupa menos. Y después se convierte en un mantra: ‘Todo estaría mejor si pudiera fumar’. La adicción esconde una depresión, un aislamiento social, es una cárcel impuesta por el sistema como castigo. Si no te pueden encerrar en una prisión te encierran en tu propia mente”, dice tajante.
| Activistas a favor de la legalización de la mariguana.
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