A su paso, huracán Ida deja a indigentes aún más vulnerables
Teniendo tan sólo una tienda de campaña y una lona como refugio al tiempo que los vientos del huracán Ida soplaban, Angelique Hebert se aferró a su esposo debajo del puente donde la pareja buscaba refugio
HOUMA, Luisiana, EE.UU.
No es que la pareja quisiera encontrarse de frente con un huracán, estando expuesta a los elementos. Como indigentes y con pocas opciones en los pantanos y las comunidades pequeñas del sur de Luisiana, afirman que simplemente no les fue posible salir de la trayectoria de Ida. Sin auto, caminaron por más de 24 kilómetros (15 millas) de la aldea costera de Montegut hacia Houma tratando de tomar un autobús de evacuación. No pudieron.
Pese a los llamados de evacuaciones obligatoria y voluntaria en los distritos del sur de Luisiana, muchos habitantes que deseaban huir fueron dejados atrás, defendiéndose por cuenta propia al tiempo que el quinto huracán más fuerte que haya azotado el territorio continental de Estados Unidos hacía estragos en el estado. Para la población indigente y otros que conforman los grupos más vulnerables del estado, quedarse no era cuestión de opciones: era la única opción.
“La gente dirá, ‘Bueno, simplemente voy a aguantar’”, dijo Craig Colten, profesor emérito de la Universidad Estatal de Luisiana que estudia la resistencia y adaptación de la comunidad ante los ambientes cambiantes en las costas de Luisiana. “Pero muchas de las veces la gente aguantará porque no tiene los medios para escapar y eso, en gran medida, significa un automóvil y dinero suficiente para comprar gasolina”.
Desde hace tiempo los expertos han estado preocupados de que el incremento de intensidad y frecuencia de los huracanes —en especial en Luisiana, donde muchos de sus residentes regresan pese a tormentas devastadoras— ponga a la población de bajos recursos en mayor riesgo. Incluso quienes logran reunir los recursos para abandonar temporalmente suelen volver para encontrarse con sus viviendas dañadas o destrozadas, sin empleo y con poca ayuda inmediata.
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“Hay una preocupación real entre la gente que está atenta a cuestiones de equidad”, afirmó Colten, que estaba particularmente preocupado de que Ida —al igual que Katrina— llegara a finales del mes, cuando aquellos que dependen de los cheques por jubilación o del gobierno ya se habían gastado la mayoría de su dinero.
En la ciudad de Houma, también azotada por Ida, Kaylee Ordoyne, una mujer de 26 años con dos hijos, dijo que su familia no tuvo dinero para desalojar. Su camioneta —el único vehículo de la familia— se descompuso días antes de la tormenta. Ella gastó sus últimos 30 dólares en agua, jugos, comida enlatada y sopa, pan y un emparedado. Dejaron su remolque atrás y buscaron refugio en el apartamento de un familiar.
Para el lunes por la mañana, ese apartamento estaba en ruinas.
Ellos sobrevivieron, pero los problemas de la familia apenas empiezan. El remolque de 11.000 dólares que Ordoyne pagó con sus ahorros estaba destruido por la tormenta. Ella tenía viviendo ahí apenas dos meses y no contaba con seguro. Tampoco tiene un salario: ella labora revisando y aprobando solicitudes telefónicas para una compañía de servicio de internet, un empleo que no puede realizar sin internet ni electricidad.
“Me preocupa mucho lo que nos espera”, informó.
En Nueva Orleans, la alcaldesa LaToya Cantrell dijo que cerca de la mitad de la población logró desalojar la ciudad antes de la llegada de Ida. La otra mitad —200.000 personas— se quedaron. Para ellos y quienes regresaron a una ciudad sin electricidad, las autoridades abrieron estaciones de enfriamiento y les proporcionaron alimentos el miércoles.
En uno de esos centros, Barbara Bradie, una agente que trabaja desde casa para la cadena Walgreens, y Rita Richardson, una coordinadora de estudios en el Centro Médico Tulane, recibían alimentos. Ambas afirmaron que no pudieron desalojar la ciudad porque contaban con un vehículo.
Luego del huracán Katrina, las autoridades municipales se asociaron con una organización sin fines de lucro para formar el llamado “Plan de Evacuación Asistida por la Ciudad” bajo el cual la población puede reunirse en puntos del vecindario designados —marcados con esculturas de acero inoxidables de 12 pies— para ser trasladada en autobuses a los refugios, pero con Ida, una tormenta que tomó fuerza tan pronto que la alcaldesa asegura que no fue posible decretar una evacuación obligatoria, el sistema no fue utilizado, dijo Colten.
Incluso para las familias que lograron evacuar la zona, el impacto económico durará mucho tiempo y será doloroso. Algunos gastaron hasta su último dólar en llevar a sus familias a un lugar seguro.